“Únicamente aquellos que evitan el amor, pueden evitar el dolor del duelo.” John Brantner.
Cuando muere una persona con quien teníamos un vínculo significativo, una parte de nosotros muere con ella. La persona sobreviviente atraviesa entonces por una fase en que debe reconstruir las partes de su ser que estaban profundamente ligadas con su ser amado, ahora ausente. Este proceso de destrucción y construcción se conoce como duelo, el cual es un proceso doloroso en el cual las energías de la persona sobreviviente son invertidas en adaptarse a una nueva vida donde la persona fallecida no está.
El dolor es una reacción normal.
El duelo es la reacción normal, esperable hacia la pérdida. Sin embargo, para avanzar en este proceso, en primer lugar se debe ser capaz de estar en contacto con el dolor que causa la partida del ser amado, experimentar el vacío que nos deja su ausencia.
Al decir que el duelo es un proceso, nos referimos a que, aunque el dolor de la pérdida puede ser intenso y desgarrador, no tiene porqué durar para siempre. La fase del dolor agudo es pasajera si se vive adecuadamente. Esto es, sin huir del sufrimiento, sin tomar atajos y experimentando y soportando el vacío que deja en nuestra vida la persona fallecida.
Huir del dolor no ayuda.
Pudiera parecer paradójico permanecer en contacto con la tristeza para seguir avanzando en el proceso de sanar una pérdida. Sobre todo cuando las personas a nuestro alrededor intentan ayudarnos a olvidar y a evitar el sufrimiento. Pero pretender saltarse esta etapa puede ocasionar un duelo complicado.
En su afán de buscar alivio, algunas personas pueden intentar huir del sentimiento de pérdida por varios medios. Algunos buscarán llenarse de actividades para no tener que pensar, mientras que otros preferirán permanecer el menor tiempo posible despiertos, para evitar la realidad. Otros tal vez incrementen su manera de beber o recurran a drogas o medicamentos que los hagan disminuir el dolor emocional, y existen casos de personas que, habiendo perdido a un cónyuge, intentarán involucrarse en una nueva relación lo más pronto posible, pensando que tal vez así lo dejarán atrás.
Sin embargo, estas conductas pueden retardar la duración del duelo por muchos años. El dolor queda enquistado, como dentro de una cápsula en algún lugar dentro de sí, y sigue creciendo en tamaño y profundidad, hasta causar, con el tiempo, daños emocionales más difíciles que el dolor mismo, como ansiedad, apatía por la vida, miedo, angustia, etc. O incluso puede llegar a manifestarse como una enfermedad física, coartando, en cualquier caso, la posibilidad de continuar con la propia vida de una manera gratificante.
Los asuntos pendientes son una carga.
Otro elemento que podría complicar el duelo es haber llevado una relación difícil con el fallecido. A menudo, las relaciones complicadas implican sentimientos ambivalentes. En el caso de enfermedades terminales, donde al enfermo se le ha tenido que asistir durante años, es común que aparezcan sentimientos de cansancio, de molestia, de enojo, etc., los cuales, posteriormente a la muerte, podrían ocasionar sentimientos de culpa, que harán que el duelo sea más duro de sobrellevar.
Lo mismo sucede con relaciones donde el estilo de comunicación no permitía tratar abiertamente los asuntos importantes, con lo que, al partir la persona amada, quedan muchas situaciones inconclusas, dejando un sentimiento de no poder avanzar por tener algo pendiente.
Un duelo normal puede durar entre uno y tres años. Es posible y muy común que las personas logren elaborar por sí mismas su duelo, dependiendo del apoyo que reciban, de las herramientas con que cuenten y de qué tan exitosamente se han afrontado pérdidas en el pasado.
Concluir el duelo es abrazar la vida nuevamente.
Sabemos que un duelo se ha resuelto exitosamente cuando somos capaces de recordar a la persona ausente sin dolor, cuando aprendimos a vivir sin ella en el sentido práctico, haciéndonos cargo de los roles que ésta cumplía en nuestras vidas, y cuando somos capaces de volver sentir y a relacionarnos con la vida y con los vivos placenteramente.
Un duelo complicado puede prolongarse hasta el final de la vida, y es necesaria la atención de un profesional de la salud mental para ayudar a la persona a avanzar en el proceso de sanación.
Si viviste una pérdida de cualquier tipo, y aunque ha pasado el tiempo no logras superarla; Si crees que te encuentras atorado en tu proceso de duelo; si aun te descubres esperando que todo esto sea un sueño, tal vez necesites apoyo.
Podemos ayudarte.
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Únicamente aquellos que evitan el amor, pueden evitar el dolor del duelo.” John Brantner.
Cuando muere una persona con quien teníamos un vínculo significativo, una parte de nosotros muere con ella. La persona sobreviviente atraviesa entonces por una fase en que debe reconstruir las partes de su ser que estaban profundamente ligadas con su ser amado, ahora ausente. Este proceso de destrucción y construcción se conoce como duelo, el cual es un proceso doloroso en el cual las energías de la persona sobreviviente son invertidas en adaptarse a una nueva vida donde la persona fallecida no está.
El duelo es la reacción normal, esperable hacia la pérdida. Sin embargo, para avanzar en este proceso, en primer lugar se debe ser capaz de estar en contacto con el dolor que causa la partida del ser amado, experimentar el vacío que nos deja su ausencia.
Al decir que el duelo es un proceso, nos referimos a que, aunque el dolor de la pérdida puede ser intenso y desgarrador, no tiene porqué durar para siempre. La fase del dolor agudo es pasajera si se vive adecuadamente. Esto es, sin huir del sufrimiento, sin tomar atajos y experimentando y soportando el vacío que deja en nuestra vida la persona fallecida.
Pudiera parecer paradójico permanecer en contacto con la tristeza para seguir avanzando en el proceso de sanar una pérdida. Sobre todo cuando las personas a nuestro alrededor intentan ayudarnos a olvidar y a evitar el sufrimiento. Pero pretender saltarse esta etapa puede ocasionar un duelo complicado.
En su afán de buscar alivio, algunas personas pueden intentar huir del sentimiento de pérdida por varios medios. Algunos buscarán llenarse de actividades para no tener que pensar, mientras que otros preferirán permanecer el menor tiempo posible despiertos, para evitar la realidad. Otros tal vez incrementen su manera de beber o recurran a drogas o medicamentos que los hagan disminuir el dolor emocional, y existen casos de personas que, habiendo perdido a un cónyuge, intentarán involucrarse en una nueva relación lo más pronto posible, pensando que tal vez así lo dejarán atrás.
Sin embargo, estas conductas pueden retardar la duración del duelo por muchos años. El dolor queda enquistado, como dentro de una cápsula en algún lugar dentro de sí, y sigue creciendo en tamaño y profundidad, hasta causar, con el tiempo, daños emocionales más difíciles que el dolor mismo, como ansiedad, apatía por la vida, miedo, angustia, etc. O incluso puede llegar a manifestarse como una enfermedad física, coartando, en cualquier caso, la posibilidad de continuar con la propia vida de una manera gratificante.
Otro elemento que podría complicar el duelo es haber llevado una relación difícil con el fallecido. A menudo, las relaciones complicadas implican sentimientos ambivalentes. En el caso de enfermedades terminales, donde al enfermo se le ha tenido que asistir durante años, es común que aparezcan sentimientos de cansancio, de molestia, de enojo, etc., los cuales, posteriormente a la muerte, podrían ocasionar sentimientos de culpa, que harán que el duelo sea más duro de sobrellevar.
Lo mismo sucede con relaciones donde el estilo de comunicación no permitía tratar abiertamente los asuntos importantes, con lo que, al partir la persona amada, quedan muchas situaciones inconclusas, dejando un sentimiento de no poder avanzar por tener algo pendiente.
Un duelo normal puede durar entre uno y tres años. Es posible y muy común que las personas logren elaborar por sí mismas su duelo, dependiendo del apoyo que reciban, de las herramientas con que cuenten y de qué tan exitosamente se han afrontado pérdidas en el pasado.
Sabemos que un duelo se ha resuelto exitosamente cuando somos capaces de recordar a la persona ausente sin dolor, cuando aprendimos a vivir sin ella en el sentido práctico, haciéndonos cargo de los roles que ésta cumplía en nuestras vidas, y cuando somos capaces de volver sentir y a relacionarnos con la vida y con los vivos placenteramente.
Un duelo complicado puede prolongarse hasta el final de la vida, y es necesaria la atención de un profesional de la salud mental para ayudar a la persona a avanzar en el proceso de sanación.
Si viviste una pérdida de cualquier tipo, y aunque ha pasado el tiempo no logras superarla; Si crees que te encuentras atorado en tu proceso de duelo; si aun te descubres esperando que todo esto sea un sueño, tal vez necesites apoyo.
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