Cuando se produce una ruptura, generalmente la familia entera pasa por un proceso doloroso de destrucción y reconstrucción. Además del dolor de la separación, los niños suelen experimentar un sentimiento de miedo e inseguridad, debido a que la familia , que era hasta entonces una fuente de seguridad y apoyo, no existe más. Se enfrentan de pronto a una gran cantidad de cambios difíciles de digerir: la ausencia de uno de los padres en el seno familiar, un posible cambio de casa, las variaciones en el humor de sus padres, un probable cambio de estatus económico… Los niños difícilmente alcanzarán a entender lo que sucede con los padres, y raramente serán capaces de comprender sus propios sentimientos al respecto.
Y aunque los padres, en un escenario ideal, serían los más indicados para ayudar a sus hijos a superar la pérdida de la unidad familiar, en numerosas ocasiones éstos se encuentran tan desgastados emocionalmente que son poco aptos para esta tarea.
El sentimiento de culpa en el padre que permanece en casa con los hijos y la falta de reglas para los hijos.
Uno de los factores que puede complicar la pérdida es el sentimiento de culpa. Por parte del padre cuidador, -es decir, aquel que permanece en casa con los hijos-, se puede dar el caso de que le sea más difícil poner reglas y límites, y hacerlos respetar. Es común el pensamiento de: “mi hijo está sufriendo con esta situación, ¿es justo que lo haga sentir peor con mis exigencias y regaños?” Para el padre que ha dejado la casa familiar, la culpa puede ocasionar un deseo de sobre compensación, cayendo en el error de ser permitir conductas que antes eran prohibidas. Ambas posturas pueden derivar en complicaciones de conducta, ya que los niños se confunden con respecto a lo que es permitido, y se sienten aun más inseguros y vulnerables ante la falta de límites, con lo que aumenta su desconcierto y ansiedad.
No debemos perder de vista que los niños necesitan estructura en su camino hacia la madurez. Conservar la disciplina les indica que hay algo en sus vidas que no se ha salido de lugar, lo cual los ayudará a desarrollar el sentimiento de confianza que necesitan restaurar.
La competencia entre cónyuges.
Otro factor que nos hace dejar de lado la disciplina es el de la competencia entre cónyuges. Muchas parejas, debido a conflictos irresueltos con sus cónyuges, intentan poner a los hijos “en su equipo”, y para lograrlo les conceden costosos regalos y les permiten hacer lo que deseen. Algunos incluso, en el afán por ganar la simpatía del hijo, descalifican, critican o agreden al cónyuge en presencia del hijo, todo lo cual es extremadamente dañino para la salud emocional del pequeño, puesto que lo colocan en la difícil de elegir entre sus padres, a quienes aman. Los niños que viven esta situación, terminan sintiéndose culpables tanto de amar al padre “del equipo contrario”, como de expresar su supuesto odio, desaprobación o desapego a éste. Un niño no debería tener que elegir entre sus padres, a quienes ama.
Las descalificaciones entre cónyuges.
Incluso en el caso de un cónyuge que ha fallado, ya sea como pareja o como padre, no se debe contar al niño los detalles de la falta. Es indispensable no hablar a los niños mal de sus padres. Debemos explicar al niño en un lenguaje que comprenda, que papá y mamá han decidido no ser una pareja, pero que independientemente, ambos le siguen amando.
No debemos olvidar que los que se han divorciado son los cónyuges. Los padres no se divorcian de los hijos, siguen siendo familia para siempre, y es importante que les ayudemos a estar seguros de que no perderán su cariño.
Es de gran importancia conocer la etapa de maduración del hijo y su relación con la comprensión del hecho de un divorcio.
Otro factor que puede complicar en el niño la separación de los padres, es la etapa en que se encuentre en su ciclo vital. En niños menores de 7 años, es común que, no importa cómo se les explique, se sentirán culpables del suceso, ya que se encuentran en lo que se conoce como Etapa egocéntrica, en la cual el niño cree que todo lo que sucede en el mundo tiene que ver con él. En esta etapa, es típico que el niño crea que aquello que piensa, sueña o desea puede suceder. Es debido a este pensamiento “mágico”, que el pequeño puede llegar a sentir que sus padres se separaron por su culpa, porque él se enojó con mamá cuando lo regañó, o porque sacaba bajas calificaciones en la escuela y papá se enojó con él.
Pero aun los más grandecitos pueden cargar con este sentimiento de culpa o responsabilidad, y no es poco común observar que el hermanito mayor comienza a cumplir funciones de padre con sus hermanitos: los regaña, los guía, los premia, los vigila, e incluso consuela a mamá. Se debe tener mucho cuidado de no apoyarse emocionalmente en los niños, ni reafirmarles en su papel de “hombrecito de la casa”. Aunque el padre no viva más con ellos, sigue siendo su padre, y él sigue teniendo permiso de ser un niño.
Propiciar la comunicación con el pequeño.
Será necesario propiciar una comunicación franca con el pequeño a fin de encontrar si existe en él un pensamiento culposo, para poder aclararle, las veces que sea necesario, que él no tuvo nada que ver con la separación, ya que entenderlo puede ser muy reparador, pues le quita de encima la carga de todo el dolor que se vive en la familia.
Para ayudar a nuestros niños a expresar abiertamente su dolor, su culpa, su tristeza, o incluso su enojo por la separación, los padres deberán ser capaces de mostrar ellos mismos sus sentimientos. Los niños generalmente pueden percibir a un padre triste, aunque éste se abstenga de llorar en su presencia. Si los niños preguntan “¿qué tienes?”, y el adulto, en su afán de protegerle, responde que nada, el niño aprende que mostrar sus sentimientos es malo, que debe proteger a los demás de lo que él siente, lo que lo lleva a encapsular sus emociones, comprometiendo su salud física, mental y emocional. Atreverse a llorar en familia puede traer gran alivio y a la vez generar una sensación de mayor unión entre sus miembros.
Algunos síntomas que indicarían si los niños requieren ayuda psicológica.
Algunos síntomas de que los niños pueden requerir ayuda psicológica son: irritabilidad, llanto inconsolable, berrinches, hiperactividad, dificultades en el sueño, pesadillas, rechazo a la comida, dolores sin motivo, baja repentina en las calificaciones, miedos, etc.
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